Las mejores 51 citas de Jacinto Benavente
Imagínate Madrid a finales del siglo XIX, con sus calles empedradas y cafés llenos de artistas y pensadores. En este escenario nace en 1866 Jacinto Benavente, quien se convertiría en uno de los más grandes dramaturgos de España, y sí, también un tipo bastante interesante.
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Frases de Jacinto Benavente
- El enemigo sólo empieza a ser temible cuando empieza a tener razón.
- Nada fortifica tanto las almas como el silencio; que es como una oración íntima en que ofrecemos a Dios nuestras tristezas.
- Creedlo, para hacernos amar no debemos preguntar nunca a quien nos ama: ¿Eres feliz?, sino decirle siempre: ¡Qué feliz soy!
- A perdonar sólo se aprende en la vida cuando a nuestra vez hemos necesitado que nos perdonen mucho.
- El único egoísmo aceptable es el de procurar que todos estén bien para estar uno mejor.
- El amor es lo más parecido a una guerra, y es la única guerra en que es indiferente vencer o ser vencido, porque siempre se gana.
- Como en las deudas, no cabe con las culpas otra honradez que pagarlas.
- Esperar es siempre temer.
- No hay sentimiento que valga; el amor es una ocupación como otra cualquiera.
- En asuntos de amor los locos son los que tienen más experiencia. De amor no preguntes nunca a los cuerdos; los cuerdos aman cuerdamente, que es como no haber amado nunca.
- En la pelea, se conoce al soldado; sólo en la victoria, se conoce al caballero.
- Al amor lo pintan ciego y con alas. Ciego para no ver los obstáculos y con alas para salvarlos.
- Sólo temo a mis enemigos cuando empiezan a tener razón.
- Los dictadores pueden reformar las leyes; pero no las costumbres.
- No es humano el deber que por soñar con una humanidad perfecta es inexorable con los hombres.
- Ningún vanidoso siente celos.
- Más se unen los hombres para compartir un mismo odio que un mismo amor.
- Una idea fija siempre parece una gran idea, no por ser grande, sino porque llena todo un cerebro.
- El amor es como el fuego; suelen ver antes el humo los que están fuera, que las llamas los que están dentro.
- En cada niño nace la humanidad.
- No eres ambicioso: te contentas con ser feliz.
- No hay ninguna lectura peligrosa. El mal no entra nunca por la inteligencia cuando el corazón está sano.
- El honor no se gana en un día para que en un día pueda perderse. Quien en una hora puede dejar de ser honrado, es que no lo fue nunca.
- En la vida, lo más triste, no es ser del todo desgraciado, es que nos falte muy poco para ser felices y no podamos conseguirlo.
- El que es celoso, no es nunca celoso por lo que ve; con lo que se imagina basta.
- Si la gente nos oyera los pensamientos, pocos escaparíamos de estar encerrados por locos.
- Algunos escritores aumentan el número de lectores; otros sólo aumentan el número de libros.
- El dinero no puede hacer que seamos felices, pero es lo único que nos compensa de no serlo.
- La peor verdad sólo cuesta un gran disgusto. La mejor mentira cuesta muchos disgustos pequeños y al final, un disgusto grande.
- ¡Bienaventurados nuestros imitadores, porque de ellos serán todos nuestros defectos!
- Eso de que el dinero no da la felicidad son voces que hacen correr los ricos para que no los envidien demasiado los pobres.
- La vanidad hace siempre traición a nuestra prudencia y aún a nuestro interés.
- El mal que hacemos es siempre más triste que el mal que nos hacen.
- Yo podría ser el último paria de mi reino, un leproso abandonado por todos, sin recuerdo y sin esperanza de goce alguno, y aún quisiera vivir.
- Poco bueno habrá hecho en su vida el que no sepa de ingratitudes.
- Lo peor que hacen los malos es obligarnos a dudar de los buenos.
- Si murmurar la verdad aún puede ser la justicia de los débiles, la calumnia no puede ser otra cosa que la venganza de los cobardes.
- Nada prende tan pronto de unas almas en otras como esta simpatía de la risa.
- No hay nada que desespere tanto como ver mal interpretados nuestros sentimientos.
- La disciplina consiste en que un imbécil se haga obedecer por los que son más inteligentes.
- La felicidad es mejor imaginarla que tenerla.
- Una cosa es continuar la historia y otra repetirla.
- Si la pasión, si la locura no pasaran alguna vez por las almas… ¿Qué valdría la vida?
- La ironía es una tristeza que no puede llorar y sonríe.
- Bien sé que las mujeres aman, por lo regular, a quienes lo merecen menos. Es que las mujeres prefieren hacer limosnas a dar premios.
- El amor es como Don Quijote: cuando recobra el juicio es que esta para morir.
- Mucha buena gente que sería incapaz de robarnos el dinero, nos roba sin escrúpulo alguno el tiempo que necesitamos para ganarlo.
- El verdadero amor no se conoce por lo que exige, sino por lo que ofrece.
- Cuando no se piensa lo que se dice es cuando se dice lo que se piensa.
- Muchos creen que tener talento es una suerte; nadie que la suerte pueda ser cuestión de tener talento.
- Es más fácil ser genial que tener sentido común.
Jacinto Benavente: El dramaturgo que escribía con una sonrisa picarona y un puñal bajo la capa
Desde pequeño, Jacinto era un chico de buena familia, pero no del tipo que se queda en la sombra de su apellido. Con un padre pediatra reconocido, podría haberse inclinado por la medicina, pero él prefirió el teatro, ese mundo donde las palabras cobran vida y las emociones bailan en el escenario.
Benavente no era un escritor cualquiera. Era un hombre de trajes elegantes, bigote bien cuidado y una ironía tan afilada que podría cortar cristal. Tenía esa habilidad única de observar la sociedad de su época, con todos sus defectos y virtudes, y plasmarlo de manera magistral en sus obras.
Hablemos de su teatro. Este hombre era un maestro de la sátira social. A través de sus más de 150 obras, criticaba con una elegancia sutil (y a veces no tan sutil) las hipocresías de la alta sociedad, los conflictos de clase, el amor, la política y la moral. Sus personajes eran vivos, reales, con sus virtudes y, sobre todo, sus defectos.
Entre sus obras más destacadas está "Los intereses creados" (1907), una sátira brillante sobre la avaricia y el engaño. Aquí, Benavente nos presenta una comedia donde se desenvuelve una trama de manipulaciones y ardides, como un juego de ajedrez con humanos en lugar de piezas.
También está "La Malquerida" (1913), una tragedia rural que muestra la complejidad de los sentimientos humanos y los celos. Esta obra es intensa, como una telenovela de época, pero escrita con una pluma que no solo entretiene, sino que también hace reflexionar.
Benavente no se limitó al drama y la comedia; también tocó el género del cuento infantil. Publicó "Teatro fantástico" (1924) y "Teatro para niños" (1934), demostrando que podía escribir tanto para un público adulto crítico como para niños con ganas de aventuras.
Curiosamente, a pesar de su éxito y reconocimiento (¡ganó el Premio Nobel de Literatura en 1922!), no todos eran fanáticos de su trabajo. Algunos críticos lo veían como demasiado conservador, otros como demasiado progresista. Pero eso a Benavente le resbalaba; él seguía a lo suyo, escribiendo con esa sonrisa picarona y ese toque crítico que tanto lo caracterizaba.
Benavente era también un hombre de sociedad, le gustaba el buen vivir, los cafés, las tertulias. Era un hombre moderno, en su forma de vestir y pensar, un reflejo de la evolución de la sociedad española de su tiempo.
Falleció en 1954, dejando tras de sí un legado monumental en el teatro español. Con su pluma aguda y su mirada crítica, Benavente no solo entretuvo, sino que también hizo pensar. Sus obras siguen siendo representadas y estudiadas, evidencia de que su voz, llena de ironía, crítica y una pizca de ternura, sigue resonando.
Así era Jacinto Benavente, un hombre con un pie en el mundo del teatro y el otro en el salón de la crítica social. Un artista que supo reírse de las complejidades de la vida, a la vez que las exponía en toda su cruda y cómica realidad.