Las mejores 99 frases de Cicerón
¡Ah, Cicerón! Si algun hombre personificó el arte de la retórica y la pasión por la política en la Antigua Roma, ese fue, sin duda, Marco Tulio Cicerón. Nacido en el año 106 a.C. en Arpino, una pequeña ciudad al sur de Roma, Cicerón no pertenecía a la alta nobleza romana, pero eso no le impidió dejar una marca imborrable en la historia.
Tabla de contenidos:
Frases de Cicerón
- Si hacemos el bien por interés, seremos astutos, pero nunca buenos.
- La salud del pueblo está en la supremacía de la ley.
- No es otra cosa la amistad que un sumo consentimiento en las cosas divinas y humanas con amor y benevolencia.
- La victoria es por naturaleza insolente y arrogante.
- Mis libros siempre están a mi disposición, nunca están ocupados.
- El recuerdo del mal pasado es alegre.
- La ciencia que se aparte de la justicia más que ciencia debe llamarse astucia.
- Para ser libres hay que ser esclavos de la ley.
- La ley es, pues, la distinción de las cosas justas e injustas, expresada con arreglo a aquella antiquísima y primera naturaleza de las cosas.
- La necedad es la madre de todos los males.
- Hay que comer para vivir, no vivir para comer.
- La confidencia corrompe la amistad; el mucho contacto la consume; el respeto la conserva.
- La libertad sólo reside en los estados en los que el pueblo tiene el poder supremo.
- No hay absurdo que no haya pasado por la cabeza de algún filósofo.
- Las leyes se han hecho para el bien de los ciudadanos.
- No hay nada tan increíble que la oratoria no pueda volverlo aceptable.
- La amistad comienza donde termina o cuando concluye el interés.
- Las leyes callan cuando las armas hablan.
- Si las leyes fueran constituidas por los hombres, o por las sentencias de los jueces, serían derechos matar, robar, adulterar, etcétera.
- La justicia no espera ningún premio. Se la acepta por ella misma. Y de igual manera son todas las virtudes.
- La falsedad está tan cercana a la verdad que el hombre prudente no debe situarse en terreno resbaladizo.
- El amor es el deseo de obtener la amistad de una persona que nos atrae por su belleza.
- La vida feliz y dichosa es el objeto único de toda la filosofía.
- La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio.
- El egoísta se ama a sí mismo sin rivales.
- Recuerdo incluso lo que no quiero. Olvidar no puedo lo que quiero.
- Todas las cosas fingidas caen como flores marchitas, porque ninguna simulación puede durar largo tiempo.
- La naturaleza quiere que la amistad sea auxiliadora de virtudes, mas no compañera de vicios.
- La ley no ha sido establecida por el ingenio de los hombres, ni por el mandamiento de los pueblos, sino que es algo eterno que rige el Universo con la sabiduría del imperar y del prohibir.
- Nadie que confía en sí, envidia la virtud del otro.
- Cuando los tambores hablan, las leyes callan.
- Todas las acciones cumplidas sin ostentación y sin testigos me parecen más loables.
- La naturaleza misma ha impreso en la mente de todos la idea de un Dios.
- Las enemistades ocultas y silenciosas, son peores que las abiertas y declaradas.
- Difícil es decir cuánto concilia los ánimos humanos la cortesía y la afabilidad al hablar.
- La ley suprema es el bien del pueblo.
- Los deseos deben obedecer a la razón.
- La naturaleza ha puesto en nuestras mentes un insaciable deseo de ver la verdad.
- Humano es errar; pero sólo los estúpidos perseveran en el error.
- No hay nada hecho por la mano del hombre que tarde o temprano el tiempo no destruya.
- Este es el primer precepto de la amistad: Pedir a los amigos sólo lo honesto, y sólo lo honesto hacer por ellos.
- El que sufre tiene memoria.
- Un hogar sin libros es como un cuerpo sin alma.
- La honradez es siempre digna de elogio, aún cuando no reporte utilidad, ni recompensa, ni provecho.
- Como nada es más hermoso que conocer la verdad, nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad.
- En cuanto a la adversidad, difícilmente la soportarías si no tuvieras un amigo que sufriese por ti más que tu mismo.
- Hay que atender no sólo a lo que cada cual dice, sino a lo que siente y al motivo porque lo siente.
- Nada hay más injusto que buscar premio en la justicia.
- Es preferible ser viejo menos tiempo que serlo antes de la vejez.
- No todo error debe calificarse de necedad.
- No sé, si, con excepción de la sabiduría, los dioses inmortales han otorgado al hombre algo mejor que la amistad.
- No basta con alcanzar la sabiduría, es necesario saber utilizarla.
- Seamos esclavos de las leyes, para poder ser libres.
- A pesar de que ya soy mayor, sigo aprendiendo de mis discípulos.
- No hay hombre de nación alguna que, habiendo tomado a la naturaleza por guía, no pueda llegar a la verdad.
- El buen ciudadano es aquel que no puede tolerar en su patria un poder que pretende hacerse superior a las leyes.
- La sola idea de que una cosa cruel pueda ser útil es ya de por sí inmoral.
- Quien contempla a un verdadero amigo, es como si contemplara a otro ejemplar de sí mismo.
- Es propio de los necios ver los vicios ajenos y olvidar los propios.
- Los hombres sabios nos han enseñado que no sólo hay que elegir entre los males el menor, sino también sacar de ellos todo el bien que puedan contener.
- La evidencia es la más decisiva demostración.
- Por conservar la libertad, la muerte, que es el último de los males, no debe temerse.
- No entiendo por qué el que es dichoso busca mayor felicidad.
- No logran entender los hombres cuán gran renta constituye la economía.
- El que seduce a un juez con el prestigio de su elocuencia, es más culpable que el que le corrompe con dinero.
- Los deseos del joven muestran las futuras virtudes del hombre.
- Una cosa es saber y otra saber enseñar.
- Son siempre más sinceras las cosas que decimos cuando el ánimo se siente airado que cuando está tranquilo.
- Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros.
- Pensar es como vivir dos veces.
- Mi conciencia tiene para mí más peso que la opinión de todo el mundo.
- Es una necedad arrancarse los cabellos en los momentos de aflicción, como si ésta pudiera ser aliviada por la calvicie.
- Me avergüenzo de esos filósofos que no quieren desterrar ningún vicio si no está castigado por el juez.
- Si quieres ser viejo mucho tiempo, hazte viejo pronto.
- Cuanto mayor es la dificultad, mayor es la gloria.
- No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños.
- Cuando mejor es uno, tanto más difícilmente llega a sospechar de la maldad de los otros.
- Preferiría la paz más injusta a la más justa de las guerras.
- La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos.
- Nada resulta más atractivo en un hombre que su cortesía, su paciencia y su tolerancia.
- Cuanto más altos estamos, más debemos bajarnos hacia nuestros inferiores.
- No hay cosa que los humanos traten de conservar tanto, ni que administren tan mal, como su propia vida.
- La justicia es absolutamente nula si no se encuentra en la naturaleza.
- La primera ley de la amistad es pedir a los amigos cosas honradas; y sólo cosas honradas hacer por ellos.
- Donde quiera que se esté bien, allí está la patria.
- Si queremos gozar la paz, debemos velar bien las armas; si deponemos las armas no tendremos jamás paz.
- Las vanas pretensiones caen al suelo como las flores. Lo falso no dura mucho.
- La amistad es un acuerdo perfecto de los sentimientos de cosas humanas y divinas, unidas a la bondad y a una mutua ternura.
- Nada perturba tanto la vida humana como la ignorancia del bien y el mal.
- La fuerza es el derecho de las bestias.
- Es bueno acostumbrarse a la fatiga y a la carrera, pero no hay que forzar la marcha.
- Si quieres aprender, enseña.
- Los hombres son como los vinos: la edad agria los malos y mejora los buenos.
- ¿Qué cosa más grande que tener a alguien con quien te atrevas a hablar como contigo mismo?
- Nada es difícil para el que ama.
- No solamente es ciega la fortuna, sino que de ordinario vuelve también ciegos a aquellos a quienes acaricia.
- Si cerca de la biblioteca tenéis un jardín ya no os faltará de nada.
- ¡Oh, dulce nombre de la libertad!
- El tiempo es una cierta parte de la eternidad.
Cicerón: el orador que le dio voz a la República Romana
Desde joven, este romano tuvo claro que no se dejaría limitar por su estatus de “hombre nuevo”. Con una combinación de ingenio, educación y un talento natural para la oratoria, rápidamente se hizo un nombre en los tribunales y en la arena política romana. Pero más allá de su habilidad para hablar, Cicerón era un defensor apasionado de la República y sus ideales.
La carrera política de Cicerón no estuvo exenta de drama. ¡Vamos, que esta es Roma, señores! Sus discursos contra Lucio Sergio Catilina lo pusieron en el mapa, pero también lo llevaron a enfrentarse a poderosos enemigos. Acusó a Catilina de conspirar contra la República, y aunque salió victorioso en ese enfrentamiento, se ganó a varios opositores en el proceso.
Pero no todo fue política para Cicerón. También fue un prolífico escritor y filósofo. Sus obras, que abordan temas que van desde la ética hasta la retórica, son testimonio de un hombre que buscaba la verdad y la virtud en un período de constantes cambios y desafíos. Sus cartas, especialmente las que escribió a su querido amigo Ático, nos ofrecen una visión íntima de sus pensamientos, preocupaciones y momentos más personales.
Cicerón vivió en una época de grandes turbulencias para Roma: las luchas entre los populares y los optimates, el auge y caída de Julio César, y los primeros compases del cambio de la República al Imperio. A pesar de sus esfuerzos por ser un baluarte de la tradición republicana, Cicerón no pudo evitar ser arrastrado por las corrientes tumultuosas de su tiempo. Trágicamente, fue incluido en las proscripciones de los Triunviros y perdió la vida en el 43 a.C., perseguido por defender sus ideales.
Sin embargo, la muerte no pudo silenciar a Cicerón. Su legado ha perdurado, inspirando a generaciones de pensadores, políticos y amantes de la retórica. Se le recuerda como el gran orador de Roma, pero también como un símbolo de la integridad y la resistencia en tiempos difíciles.
Así que, si alguna vez te encuentras en una encrucijada y necesitas un poco de inspiración romana, recuerda a Cicerón, el hombre que, con su voz y pluma, defendió con pasión la República y nos mostró el poder de las palabras para cambiar el mundo. ¡Ave, Cicerón!