Las mejores 60 frases de Michel de Montaigne
Ponte cómodo y deja que te cuente sobre Michel de Montaigne, el caballero filósofo que charlaba con la vida como si fuera una vieja amiga. Nacido en 1533 en el castillo de Montaigne, en la región de Aquitania, Francia, este noble francés no era precisamente tu típico aristócrata cazador de ciervos y halcones. No señor, él prefería cazar ideas, reflexiones y, de vez en cuando, las contradicciones del alma humana.
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Frases de Michel de Montaigne
- Incluso en el trono más alto, uno se sienta sobre sus propias posaderas.
- El que, estando enfadado, impone un castigo, no corrige, sino que se venga.
- Nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con énfasis.
- Prohibir algo es despertar el deseo.
- Los celos son, de todas las enfermedades del espíritu, aquella a la cual más cosas sirven de alimento y ninguna de remedio.
- Cuando me llevan la contraria, despiertan mi atención, no mi cólera; me ofrezco a quien me contradice, que me instruye. La causa de la verdad debería ser la causa común de uno y otro.
- La conciencia hace que nos descubramos, que nos denunciemos o nos acusemos a nosotros mismos, y a falta de testigos declara contra nosotros.
- El signo más cierto de la sabiduría es la serenidad constante.
- La belleza es una gran recomendación en el comercio humano, y no hay nadie que sea tan bárbaro o tan grosero que no se sienta herido por su dulzura.
- A nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo tenga la culpa.
- Las leyes mantienen su crédito no porque sean justas, sino porque son leyes.
- Quien no vive de algún modo para los demás, tampoco vive para sí mismo.
- La confianza en la bondad ajena es testimonio no pequeño de la propia bondad.
- La curiosidad de conocer las cosas ha sido entregada a los hombres como un castigo.
- El oro puede hacer mucho, pero la belleza más.
- La muerte no os concierne ni vivo ni muerto: vivo, porque sois; muerto porque ya no sois.
- Es preciso prestarse a los otros, pero no darse sino a uno mismo.
- El que no esté seguro de su memoria debe abstenerse de mentir.
- No existe el presente: Lo que así llamamos no es otra cosa que el punto de unión del futuro con el pasado.
- Nada parece tan verdadero que no pueda parecer falso.
- La palabra es mitad de quien la pronuncia, mitad de quien la escucha.
- Si no acaba con la guerra, no es una victoria.
- Nuestro deseo desprecia y abandona lo que tenemos para correr detrás de lo que no tenemos.
- La prueba más clara de la sabiduría es una alegría continua.
- De todos los beneficios que nos reporta la virtud, uno de los más grandes es el desprecio a la muerte.
- El bien público requiere que se traicione, que se mienta y que se masacre.
- Yo no me encuentro a mí mismo cuando más me busco. Me encuentro por sorpresa cuando menos lo espero.
- Yo no cito a otros más que para expresar mejor mi pensamiento.
- Rechazo toda violencia en la educación de un alma tierna que se adiestra para el honor y la libertad.
- Para juzgar cosas grandes y nobles, es necesario poseer un alma igual de grande y noble.
- El mejor matrimonio sería aquel que reuniese a una mujer ciega con un marido sordo.
- La verdadera libertad consiste en el dominio absoluto de sí mismo.
- Quien quisiera que el hombre no conociera el dolor, evitaría al mismo tiempo el conocimiento del placer y reduciría al mismo hombre a la nada.
- La vida no es en sí ni un bien ni un mal, sino el lugar del bien o del mal, según que el hombre practique lo uno o lo otro.
- El matrimonio es como una jaula; uno ve a los pájaros desesperados por entrar, y a los que están dentro igualmente desesperados por salir.
- La principal ocupación de mi vida consiste en pasarla lo mejor posible.
- Soledad: Un instante de plenitud.
- El ejercicio más fructífero y natural de nuestro espíritu es, a mi juicio, la conversación. Encuentro su práctica más dulce que cualquier otra actividad de nuestra vida.
- A quienes me preguntan la razón de mis viajes les contesto que sé bien de qué huyo pero ignoro lo que busco.
- Nunca se logra ningún beneficio sin perjudicar a otro.
- Aunque pudiera hacerme temible, preferiría hacerme amable.
- Las arrugas del espíritu nos hacen más viejos que las de la cara.
- Los libros son el mejor viático que he encontrado para este humano viaje.
- Cada virtud sólo necesita un hombre; pero la amistad necesita dos.
- Encuentro tanta diferencia entre yo y yo mismo como entre yo y los demás.
- Cien veces al día burlamos nuestros propios defectos censurándolos en los demás.
- Cuidamos más que se hable de nosotros que de cómo se hable.
- El cobarde sólo amenaza cuando está a salvo.
- La ciencia es un cetro en ciertas manos, al paso que en otras tan solo es un palitroque.
- Saber mucho da ocasión de dudar más.
- Ningún hombre es tan bueno, que, al ser expuesto a las acciones de la ley, no sería condenado a la horca por lo menos diez veces.
- Los juegos infantiles no son tales juegos, sino sus más serias actividades.
- La cobardía es la madre de la crueldad.
- Mil rutas se apartan del fin elegido, pero hay una que llega a él.
- Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las cuales nunca sucedieron.
- Nos ocupamos mucho de ser gentes de bien según la ley de Dios; no sabríamos serlo según nosotros mismos.
- Quien se conoce, conoce también a los demás, porque todo hombre lleva la forma entera de la condición humana.
- No hay cosa de la que tenga tanto miedo como del miedo.
- Toda persona honrada prefiere perder el honor antes que la conciencia.
- El hombre sabio no lo es en todas las cosas.
Michel de Montaigne: el escéptico encantador del renacimiento francés
Montaigne era un hombre del Renacimiento en todos los sentidos de la palabra: culto, curioso y con una biblioteca que haría salivar a cualquier amante de los libros. Pero su verdadera pasión no era tanto coleccionar tomos antiguos, sino escribir sobre su experiencia de vida. Fue como el bloguero original de su tiempo, solo que en vez de una laptop, tenía una pluma de ganso y en lugar de wifi, una mente inquieta conectada al mundo.
Este pensador francés es famoso por sus "Ensayos", y cuando digo "ensayos", no me refiero a tediosos textos académicos. Los suyos eran reflexiones personales, charlas informales de papel que tocaban desde la filosofía y la moral hasta anécdotas de su vida cotidiana. En sus páginas, Montaigne era tan franco y abierto que casi podías escuchar el crujir de la madera de su estudio y sentir el olor a tinta y papel.
Los "Ensayos" de Montaigne no son una lectura ligera para un viaje en tren, eso te lo aseguro. Son el tipo de texto que te pide que te sientes, reflexiones y tal vez te sirvas una copa de vino. Este hombre exploró temas como la amistad, la educación, la muerte, el amor, y sí, incluso habló sobre la experiencia de ir al baño. Para Montaigne, no había tema demasiado grande o pequeño para su lupa filosófica.
Pero no pienses que Montaigne era un soñador perdido en sus pensamientos. Este hombre vivió en una época de guerras de religión y conflictos políticos. Fue un hombre de estado, sirviendo como alcalde de Burdeos, y siempre buscó el equilibrio entre las exigencias de la vida pública y la privada. Sin embargo, fue en la reflexión y la escritura donde encontró su verdadero llamado.
En su estilo, Montaigne era un maestro del escepticismo. No en el sentido de que dudaba de todo y no creía en nada, sino que cuestionaba, examinaba y no aceptaba verdades sin darles una buena vuelta antes. Fue como un antídoto contra la dogmática certeza de su tiempo, invitando a todos a unirse a su danza de dudas e incertidumbres.
Y algo que hay que amar de Montaigne es su humanidad. Se veía a sí mismo, con todas sus virtudes y defectos, como un ejemplo del ser humano en general. No temía mostrar sus debilidades ni compartir sus fracasos. Fue uno de los primeros en la historia en mirar hacia dentro y luego contar lo que veía, sin filtros ni pretensiones.
Montaigne falleció en 1592, pero su voz aún resuena. Sus "Ensayos" han inspirado a pensadores, escritores y curiosos por siglos. Fue un hombre que nos enseñó que la vida es un texto que merece ser leído con atención, una página a la vez, y que el mayor viaje que uno puede emprender es el viaje hacia adentro.
Así que la próxima vez que te sientas a pensar en las grandes preguntas de la vida, recuerda a Michel de Montaigne. Puede que no te dé todas las respuestas, pero definitivamente te hará apreciar el arte de la pregunta.