Las mejores 69 frases de Francisco de Quevedo
Adentrarse en la vida y obra de Francisco de Quevedo es sumergirse en un torbellino de ingenio, ironía, y un sagaz comentario sobre la vida de la España del Siglo de Oro. Nació en 1580, y desde temprana edad, su vida se entretejió con las dualidades de la época: era un tiempo de esplendor en las letras y las artes, pero también de profundas desigualdades y contrastes sociales.
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Frases de Francisco de Quevedo
- No se debe mostrar la verdad desnuda, sino en camisa.
- Si haces bien para que te lo agradezcan, mercader eres, no bienhechor; codicioso, no caritativo.
- Más fácil es escribir contra la soberbia que vencerla.
- Por nuestra codicia lo mucho es poco; por nuestra necesidad lo poco es mucho.
- El consejo del escarmiento las más de las veces llega tarde.
- Nadie ofrece tanto como el que no va a cumplir.
- El mayor despeñadero, la confianza.
- No vive el que no vive seguro.
- El exceso es el veneno de la razón.
- La envidia va tan flaca y amarilla porque muerde y no come.
- La hipocresía exterior, siendo pecado en lo moral, es grande virtud política.
- Apocarse es virtud, poder y humildad; dejarse apocar es vileza y delito.
- Mejor se puede disculpar el que se muere de miedo, que el que de miedo se mata: porque allí obra sin culpa la naturaleza; y en éste, con delito y culpa, el discurso apocado y vil.
- Ruin arquitecto es la soberbia; los cimientos pone en lo alto y las tejas en los cimientos.
- Todos los que parecen estúpidos, lo son y, además también lo son la mitad de los que no lo parecen.
- El amor es fe y no ciencia.
- El consejo, bueno es; pero creo que es de las medicinas que menos se gastan y se gustan.
- En los más ilustres y gloriosos capitanes y emperadores del mundo, el estudio y la guerra han conservado la vecindad, y la arte militar se ha confederado con la lección. No ha desdeñado en tales ánimos la espada a la pluma. Docto símbolo de esta verdad es la saeta: con la pluma vuela el hierro que ha de herir.
- La guerra es de por vida en los hombres, porque es guerra la vida, y vivir y militar es una misma cosa.
- La posesión de la salud es como la de la hacienda, que se goza gastándola, y si no se gasta, no se goza.
- El ocio es la pérdida del salario.
- El general ha de ser considerado, y el soldado obediente.
- Sólo el que manda con amor es servido con fidelidad.
- La astrología es una ciencia que tienen por golosina los cobardes, sin otro fundamento que el crédito de los supersticiosos. Es un falso testimonio que los hombres mal ocupados levantan a las estrellas.
- Siempre se ha de conservar el temor, más jamás se debe mostrar.
- Muchos son los buenos, si se da crédito a los testigos; pocos, si se toma declaración a su conciencia.
- El amor a la patria siempre daña a la persona.
- Matan los médicos y viven de matar, y la queja cae sobre la dolencia.
- Virtud envidiada es dos veces virtud.
- No se ganan los hombres con favores sin obras.
- Vive sólo para ti si pudieres, pues sólo para ti si mueres, mueres.
- La adulación, bajeza del que adula; engaño del adulado y aún bajeza de los dos; porque su bajeza muestra el que gusta de su adulación, que no se fía en el valor de sus méritos.
- No hay amor sin temor de ofender o perder lo que se ama.
- El agradecimiento es la parte principal de un hombre de bien.
- Donde hay poca justicia es un peligro tener razón.
- Lo que en la juventud se aprende, toda la vida dura.
- Matarse por no morir es ser igualmente necio y cobarde.
- Aquel hombre que pierde la honra por el negocio, pierde el negocio y la honra.
- Nunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y no de vida y de costumbres.
- No es dichoso aquél a quien la fortuna no puede dar más, sino aquel a quien no puede quitar nada.
- La justicia es una constante y perpetúa voluntad de dar a cada uno lo que le toca.
- El valiente tiene miedo del contrario; el cobarde, de su propio temor.
- Los que de corazón se quieren sólo con el corazón se hablan.
- Ningún vencido tiene justicia si lo ha de juzgar su vencedor.
- El ánimo que piensa en lo que puede temer, empieza a temer en lo que puede pensar.
- Si quieres que te sigan las mujeres, ponte delante.
- No es sabio el que sabe donde está el tesoro, sino el que trabaja y lo saca.
- Lo mucho se vuelve poco con sólo desear otro poco más.
- Las palabras son como monedas, que una vale por muchas como muchas no valen por una.
- Menos mal hacen los delincuentes que un mal juez.
- La soberbia nunca baja de donde sube, porque siempre cae de donde subió.
- Poderoso caballero es Don Dinero.
- Hay libros cortos que, para entenderlos como se merecen, se necesita una vida muy larga.
- Muchos vencimientos han ocasionado la consideración, y muchas victorias ha dado la temeridad.
- Bien acierta quien sospecha que siempre yerra.
- Conviene vivir considerando que se ha de morir; la muerte siempre es buena; parece mala a veces porque es malo a veces el que muere.
- El amigo ha de ser como la sangre, que acude luego a la herida sin esperar a que le llamen.
- Todos deseamos llegar a viejos; y todos negamos que hemos llegado.
- El avaro visita su tesoro por traerle a la memoria que es su dueño, carcelero de su moneda.
- Ninguna cosa despierta tanto el bullicio del pueblo como la novedad.
- Ser tirano no es ser, sino dejar de ser, y hacer que dejen de ser todos.
- El temor empieza toda sabiduría, y quien no tiene temor, no puede saber.
- Quien deja vivo al ofendido, ha de temer siempre a la venganza.
- Es la vida un dolor en que se empieza el de la muerte, que dura mientras dura ella.
- El rico come; el pobre se alimenta.
- El que quiere de esta vida todas las cosas a su gusto, tendrá muchos disgustos.
- Una sola piedra puede desmoronar un edificio.
- El amor es la última filosofía de la tierra y del cielo.
- Bien puede haber puñalada sin lisonja, mas pocas veces hay lisonja sin puñalada.
Francisco de Quevedo: El virtuoso de las palabras y la sátira en tiempos de contrastes
El joven Francisco, desde sus días estudiantiles en la Universidad de Alcalá y luego en Valladolid, ya mostraba ese afilado ingenio y destreza con las palabras que lo harían inmortal en las letras españolas. Pero Quevedo no era solamente un hombre de letras; también era un apasionado participante en las turbulencias políticas de su tiempo.
Quevedo, con su pluma afilada y lengua incisiva, no tenía miedo de satirizar y criticar tanto a la sociedad como al gobierno de su época. Pero sus burlas no se quedaban en el papel, también eran notorias en su vida cotidiana, generando diversas enemistades, siendo la más famosa la que mantenía con el poeta contemporáneo Luis de Góngora, con quien cruzó mordaces y ácidos versos de disputa.
Pero, hablemos más de su escritura. Quevedo era un maestro del conceptismo, un estilo literario que busca la máxima expresión con las mínimas palabras, jugando con sus significados y proponiendo un reto intelectual al lector. Sus sonetos, llenos de imágenes poderosas y un lenguaje que buscaba siempre desentrañar las verdades más profundas y, a menudo, incómodas de la existencia y la moral, siguen siendo objeto de estudio y admiración.
Su obra "Sueños y discursos", por ejemplo, es una vibrante crítica a los vicios y corrupciones de su sociedad, utilizando la muerte y el infierno como escenarios para mostrar las falsedades y pecados de los vivos. No escatimó en apuntar a cualquier estamento: reyes, nobles, clérigos y gente común, todos eran blanco de su cáustica pluma.
Y aunque podría sonar como un amargado perpetuo, Quevedo también exploró con gran sensibilidad los temas del amor, la existencia y la espiritualidad. Sus sonetos amorosos revelan un alma que busca, en el amor y el deseo, respuestas a los misterios de la vida y la muerte.
En la política, Quevedo era un defensor ferviente de un imperio español fuerte y unido bajo los Habsburgo. Participó activamente, y a veces conspirativamente, en las intrigas de la corte, lo que le costaría prisión y exilio en diversas ocasiones.
Francisco de Quevedo, a lo largo de su vida, osciló entre sus pasiones literarias, políticas y amorosas, dejando una huella indeleble en la literatura española e internacional. Al leerlo, nos enfrentamos a un espejo que, a pesar de los siglos de distancia, aún refleja nuestras propias contradicciones, vicios, amores y búsquedas de sentido.
En su muerte en 1645, el mundo perdió a un irremplazable literato, pero ganó un eterno vigía de las virtudes y corrupciones humanas, cuya voz sigue resonando a través de sus palabras inmortales. Quevedo, el eterno sarcástico, el soñador, el político y el amante, nos dejó un legado que persiste, desafiante y lúcido, en cada línea que escribió.